martes, 1 de julio de 2025

Chantaje: Capítulo 10

 —¿Por qué no? —Pedro se inclinó hacia Paula hasta que sus mejillas casi se tocaron—. A fin de cuentas, ya hemos dormido juntos.


Aunque lo que menos hicieron fue dormir.


—Aquella noche fue un error que no pienso repetir, así que vuelve a tu lado del coche.


—De acuerdo —dijo Pedro a la vez que se apartaba lentamente—. Serás tú quien decida si tenemos o no relaciones sexuales.


—Gracias —Paula enlazó los dedos sobre su regazo para evitar agarrar a Pedro por la solapa para volver a atraerlo hacia sí. 


¿Por qué no había comido más pastas?


—Sólo concédeme dos semanas.


—¿Para qué diablos quieres dos semanas? —espetó Paula, sorprendiéndose a sí misma tanto como al parecer había sorprendido a Pedro—. No puedo ocuparme de tí ahora mismo. Mi hermana necesita mi ayuda para planificar su boda.


—¿No hay empresas que se ocupan de esas cosas? Podría contratar una.


—No todo el mundo tiene fondos ilimitados.


—¿Tu padre no te envía dinero?


—Eso no es asunto tuyo. Además, no habría sido de Delfina.


—Puede que no, pero estoy seguro de que sí tuvieras guardado el rescate de un rey lo habrías compartido con tu querida hermana. ¿Me equivoco?


Paula permaneció en silencio, aunque Pedro tenía razón. Si ella hubiera tenido dinero habría extendido un generoso cheque para cubrir los gastos de la boda de su hermana. Pero no quería el dinero de Enrique Medina. Su madre insistió en que tampoco lo quería, y sin embargo acabó casándose con otro hombre buscando aparentemente la seguridad financiera.


—No soy una menor. Soy una mujer independiente —dijo Paula con firmeza—. He buscado mi propio camino en el mundo. Mi padre ya no forma parte de mi vida, y además no estoy en venta.


Paula no tenía intención de depender nunca de un hombre. Incluso meses después de lo sucedido, aún le asustaba pensar lo cerca que había estado de repetir el pasado de su madre… Sola, sin nadie que la amara. Y embarazada.


Pedro dijo al conductor que esperara y luego siguió a Paula, que avanzaba hacia su casa. Aquella noche no esperaba llegar más allá de las palabras. Necesitaba tomarse las cosas con calma con ella, no como sucedió en España. El problema era que sólo podía tomarse aquellas dos semanas libres. Luego tenía que volver a trabajar en su siguiente proyecto de restauración. Trabajar en diseños arquitectónicos alrededor del mundo alimentaba su espíritu aventurero. Su siguiente destino era Perú. ¿Y si no había concluido sus asuntos con Paula para entonces? ¿Podría irse así como así? Se negaba a considerar la posibilidad de un fracaso. Volverían a acostarse. Y exorcizarían el lío del año anterior. La siguió por la acera con las manos en los bolsillos. El mar sonaba en la distancia. Vivía en una casa unifamiliar, la cuarta de una hilera de casas similares pero de distintos colores. La suya era amarilla. Se detuvo ante la puerta y miró por encima del hombro:


—Gracias por acompañarme hasta la puerta, pero ya puedes irte.


—No tan rápido, mi querida esposa.


Paula sacó las llaves de su bolso, pero Pedro no hizo intención de tomarlas. Quería que ella lo invitara a pasar voluntariamente… Lo que no excluía la persuasión. Ella se volvió hacia él con un suspiro.


—Has logrado pasar un año entero sin hablarme. Estoy segura de que te las arreglarás perfectamente sin mí una noche más.


—El hecho de que no me pusiera en contacto contigo antes no significa que hubiera dejado de pensar en tí —aquello era totalmente cierto—. Dejamos muchas cosas sin decir. ¿Tan mal te parece que quiera emplear estas dos semanas para airear las cosas entre nosotros antes de que nos despidamos?


Paula contempló el llavero que sostenía en la mano, un conglomerado de silbatos y un recuerdo turístico.


—¿Por qué un par de semanas?


Pedro pensó que no habría sido muy persuasivo argumentar que ése era todo el tiempo del que disponía para encajarla en su agenda de trabajo. El matrimonio de su hermano Federico se desmoronó debido al exceso de horas que dedicaba a su bufete. 

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