Paula logró pasar la noche sin bajar al cuarto de estar… Aunque le costó contenerse cuando despertó alrededor de las cuatro. Finalmente, cuando amaneció, sintió que ya podía bajar sin sentir que había cedido. Ya que eran sólo las seis y media, lo más probable era que sólo fuera a ver a Pedro durmiendo, algo que se perdió la noche que pasaron juntos. Se puso una bata blanca y se ciñó el cinturón antes de salir del dormitorio. A medio camino de las escaleras comprobó que el sofá estaba vacío. Terminó de bajar las escaleras y apoyó sus pies descalzos en la gruesa alfombra que había a los pies. ¿Dónde estaba? El baño de abajo estaba en silencio, con la puerta abierta, el espejo aún cubierto con un poco de vaho y una toalla azul colgada de la rejilla. ¿Se habría ido tan bruscamente como había aparecido, incluso después de haber bromeado con lo de pasar una última noche juntos? La mera idea de volver a estar con él hizo que un agradable cosquilleo recorriera su cuerpo… Aunque se le pasó en seguida ante la perspectiva de que ya se hubiera ido. Fue a la cocina y comprobó que también estaba vacía.
—Sí, claro… —la voz de Pedro llegó desde el patio.
Paula giró sobre sí misma. Las puertas correderas de la cocina estaban entreabiertas. Se apoyó contra el borde de la encimera y miró hacia el jardín. Pedro estaba sentado en su tumbona, hablando por teléfono. La curiosidad hizo que permaneciera donde estaba, a pesar de que probablemente debería haber hecho algo para anunciar su presencia, como abrir y cerrar un par de armarios en la cocina. Vestido con unos vaqueros, él tenía sus largas y fuertes piernas extendidas ante sí, iluminadas por el sol de la mañana. Había algo cálido e íntimo en la contemplación de sus pies desnudos y, aunque ella no podía ver su pecho, sus brazos también estaban desnudos. Los recuerdos de la noche que hicieron el amor afloraron a la superficie. Era posible que hubiera tomado un par de copas y que hubiera perdido algunas inhibiciones, pero recordaba muy bien el sexo. El buen sexo. El asombroso sexo del que disfrutó. Deseaba intensamente a Pedro y prácticamente le arrancó la camisa. Su pecho desnudo captó por completo su atención. Sabía que sería musculoso. Había sido imposible pasar por alto las ondas que había bajo su camisa, pero no estaba preparada para la intensa definición e inconfundible fuerza que revelaba al desnudo. Siempre se había considerado del tipo cerebral y hasta entonces sólo le habían atraído hombres de tipo académico. De manera que fue una sorpresa comprobar que se le debilitaban las rodillas sólo con mirar los pectorales de Pedro.
—De acuerdo —dijo él a la persona que estaba al otro lado de la línea. Pasó una mano por su brillante pelo negro—. Eso hará que nos retrasemos una semana. Ponte en marcha y envíame las especificaciones. Volveré a ponerme en contacto contigo para darte una respuesta por la tarde —escuchó y asintió—. Puedes localizarme en este número. Entretanto, me mantendré a la espera de tu fax.
Desconectó y no dió indicios de tener intención de marcar de nuevo. Paula pensó que en cualquier momento se levantaría y la vería, de manera que buscó alguna excusa para parecer ocupada y tomó rápidamente la cafetera de la encimera. Pedro se levantó y estiró los brazos por encima de la cabeza. Paula sintió que se le secaba la boca. El pecho de él era todo lo que recordaba y más. Había olvidado su intenso moreno, el brillo de su piel… Deslizó la mirada hacia abajo, aun más abajo y… Oh, oh… se había dejado el bolón del pantalón desabrochado. No llevaba calzoncillos. Paula se agarró a la encimera para mantener el equilibrio. Apartó la mirada del torso desnudo de Pedro y la llevó hasta su rostro. Él también la estaba mirando.
—Lo… Lo siento, Pedro —balbuceó Paula a la vez que se volvía para llenar la cafetera de agua—. No pretendía interrumpir tu llamada.
—No pasa nada. Ya he acabado —Pedro guardó el móvil en el bolsillo de su pantalón y observó a Paula tan atentamente como ella lo había observado a él—. ¿Vas a preparar té o café?
—Café —Paula se volvió y trató de centrarse en loa preparativos del café—. ¿Estabas hablando con tu abogado sobre el procedimiento de nuestro divorcio?
—No. Era una llamada de trabajo.
Paula sintió el aliento de Pedro en el cuello, pero no le había oído acercarse.
—¿Tienes un trabajo? —preguntó distraídamente.
Él apartó su cola de caballo y la colocó sobre uno de sus hombros.
—Creo que me siento insultado por el hecho de que lo preguntes.
Paula se apartó de él y abrió el armario en el que tenía el café.
—¿No estabas trabajando en tus estudios de graduación como los demás cuando nos conocimos? —se volvió a mirarlo—. Había asumido que…
Pedro alzó una ceja.
—¿Asumiste que era un estudiante perpetuo satisfecho con vivir del dinero de mamá y papá? Veo que te hiciste toda una imagen de mí con muy poca información.
Paula terminó de preparar la cafetera.
—Tú también hiciste suposiciones sobre mí.
—¿Por ejemplo? —dijo Pedro mientras se apoyaba de espaldas contra la encimera.
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