—No iras a decirme ahora que en realidad habrías querido que siguiéramos juntos, ¿No? —dijo Paula, conmocionada—. Todas las mujeres de la obra estaban al tanto de que eras un playboy.
—Pero ahora soy un hombre casado —Pedro aún conservaba sus anillos en una cajita que tenía en el hotel, aunque no estaba seguro de por qué los había llevado consigo.
Paula movió la cabeza lentamente y suspiró.
—Estoy demasiado cansada, Pedro. Vuelve a tu hotel. Hablaremos mañana, después de una buena noche de sueño.
—¿En serio? No me fío de tí.
—¿Disculpa? —dijo Paula, indignada.
Pero algo oscureció de inmediato su mirada. ¿Culpabilidad, tal vez?
—No me hablaste de tu padre, una parte importante de tu pasado. Puede que hicieras un buen trabajo ocultando la verdad a lo largo de los años, pero mi abogado y un detective privado también hicieron un buen trabajo desentrañándola.
—No tenías derecho a hacer que un detective investigara mis asuntos privados.
—Soy tu marido. Creo que eso me da algún derecho. ¿Y si hubiera querido casarme otra vez creyendo que estábamos divorciados?
—¿Estás viendo a alguna otra? —preguntó Paula en su tono más remilgado de bibliotecaria.
—No, no estoy viendo a ninguna otra. Pero la cuestión es que, efectivamente, no me fío de tí. Huiste una vez y no pienso volver a perderte de vista hasta que esto quede resuelto.
—Tengo que ocuparme de la boda de mi hermana. No pienso ir a ningún sitio.
—Hay muchas formas de mantener a una persona alejada de tu vida —Pedro había visto el creciente abismo que se había creado entre su hermano Federico y la esposa de éste mientras vivían en la misma ciudad.
—No puedes pretender quedarte aquí, en mi casa.
Pedro habría preferido que se quedaran en su suite, donde podría haber seducido a Paula con todas las ofertas del centro, pero le bastaba con dormir bajo el mismo techo. Tomó las llaves que había dejado ella y las sostuvo para mirar de nuevo el recuerdo de Madrid.
—Ambos tenemos muchos asuntos que resolver en dos semanas. Deberíamos aprovechar cada minuto.
Paula se quedó mirando las llaves tanto rato que Pedro llegó a pensar que estaba hipnotizada. Finalmente, se llevó la mano a la frente.
—De acuerdo. Estoy demasiado cansada como para discutir. Puedes quedarte, pero… —alzó un dedo admonitorio—… dormirás en el sofá.
Pedro no pudo resistir burlarse de ella para comprobar si su sonrisa seguía siendo tan radiante como la recordaba.
—¿No habrá besitos de bienvenida?
Paula frunció el ceño.
—No tientes tu suerte.
—Lo último que se pierde es la esperanza —Pedro encendió una lámpara y se fijó en un pisapapeles de cristal que contenía en su interior una caracola y una rosa seca. Lo tomó, lo lanzó al aire, volvió a tomarlo…
—¿Te importaría dejar eso?—espetó Paula, irritada.
Pedro miró el pisapapeles que sostenía en la mano. ¿Sería un recuerdo sentimental? ¿El regalo de algún hombre? No le gustó la punzada de celos que sintió al pensar en aquella posibilidad, pero, a fin de cuentas, Paula seguía siendo su esposa… Al menos de momento.
—¿Debería preocuparme que pudiera aparecer de pronto un novio tuyo dispuesto a darme una patada en el trasero?
—Prefiero que hablemos de tí. ¿A qué te has dedicado durante el año pasado pensando que eras soltero?
—¿Celosa? —Pedro lo estaba porque Paula no había respondido a su pregunta.
Pero sí hubiera habido otro hombre, sin duda habría estado con ella en la fiesta.
Paula le quitó el pisapapeles de las manos.
—Estoy cansada, no celosa.
Pedro se preguntó si quería que estuviera celosa. No. Lo que quería era sinceridad, de manera que se dispuso a ser sincero.
—He pasado los doce últimos meses tratando de descubrir quién era realmente mi esposa.
Paula lo miró con evidente confusión.
—Tal y como has dicho eso, casi podría creerte. Pero sé que no es así, por supuesto.
—Pensé que habías dicho que apenas nos conocemos. Sólo pasamos un mes juntos. Y pasamos casi todo el tiempo en la cama —Pedro se sentó en el sofá y extendió un brazo por el respaldo—. Hablemos ahora.
—Tú primero —Paula se sentó en el borde de una silla junto al sofá.
—Ya sabes mucho de mí. Mi familia aparece en las noticias y lo que no se ve ahí está en Wikipedia.
—Toda esa información no revela nada fiable sobre quién eres —mientras hablaba. Paula fue llevando la cuenta con los dedos—. Recuerdo que siempre eras puntual llegando al trabajo. Nunca utilizabas el móvil mientras hablabas con el capataz de la obra. Me gustaba que prestaras a la gente toda tu atención. Recuerdo que ocultabas tan bien tu conexión con los Alfonso que tardé tres semanas en enterarme que eras parte de la familia —Paula suspiró y dejó de contar—. Pero todo eso no es motivo suficiente para casarse. Deberíamos saber algo más el uno del otro que nuestros hábitos de trabajo.
—Sé que te gusta el café con dos cucharadas de azúcar —bromeó Pedro con una semi sonrisa.
Aquél no parecía el momento adecuado para mencionar que sabía que el corazón de Paula latía más rápido cuando soplaba con delicadeza en la curva de su cuello. La parte sobre el sexo tendría que esperar.
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