jueves, 10 de julio de 2025

Chantaje: Capítulo 23

 —No lo sé. Sólo puedo decirte que hay un complejo en Argentina construido como una fortaleza. Hay mucha actividad en el interior de la que apenas se sabe nada en el exterior. O vive ahí, o se le da muy bien dejar pistas falsas.


—Medina tiene dinero suficiente para lograr algo así.


Ana rió.


—Eso si puedo confirmártelo. El viejo rey consiguió una fortuna más allá de su herencia, fortuna que sigue multiplicándose. Sabemos que tiene tres hijos, Ezequiel,  Rodrigo y Santiago.


—Gracias, mamá. Te agradecería que averiguaras lo que puedas respecto a los Medina… Con discreción, claro.


—Haré lo que pueda —tras un instante, Ana añadió con curiosidad—: ¿Te importaría decirme por qué?


Pedro no podía compartir los secretos de Paula. Pero no tardaría en llegar el momento en que su familia tendría que enterarse de que se había casado con ella. El hecho de que lo hubiera ocultado durante todo un año no iba a hacerles ninguna gracia.


—¿Tengo que contestar para obtener tu ayuda?


—Claro que no. No le preocupes. Te informaré de lo que averigüe. De lo contrario, nos vemos en un par de semanas.


—Estoy deseándolo. Te quiero, mamá.


—Y yo a tí, Pedro —dijo Ana con suavidad antes de colgar.


Tal vez hablar con su madre había acentuado su conciencia, o tal vez acababa de despertar. En cualquier caso, tenía que rodear a Paula de romance además de sensualidad. No podía estar seguro de cómo iban a salir las cosas, pero no pensaba irse hasta asegurarse de que todo quedara aclarado y resuello. Llamó a la puerta y esperó… Y esperó. No hubo respuesta. Ella le había dicho que llegaría alrededor de aquella hora, pero no estaba respondiendo a su móvil. También le había dado una llave y decidió usarla. Abrió la puerta y pasó al interior.


—¿Paula? ¿Estas en casa?


Tras buscar sin éxito por la casa, fue al patio. Al abrir la puerta vió que había una tumbona ocupada… Pero no por Paula. Se pasó una mano por la barbilla para ocultar su sorpresa y pensar qué hacer con aquel intruso que parecía encontrarse como en su casa. Los celos hicieron su aparición mientras examinaba a su oponente, un hombre grande y moreno que debía medir un metro ochenta y cinco. Al principio le pareció que el hombre tenía los ojos cerrados, pero cuando Pedro lo observó más atentamente notó que sólo los tenía entrecerrados.


—¿Qué hace en el patio de Paula? —preguntó con firmeza.


El hombre abrió los ojos y sonrió con altivez.


—He venido a visitar a mi hermana. 


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