martes, 8 de julio de 2025

Chantaje: Capítulo 20

 —Tengo una media hermana, ¿Recuerdas? Sé lo que es formar parte de una familia —dijo Paula, dolida—. No soy un bicho raro.


Pedro se volvió a mirarla. Tenía el escritorio tan limpio y ordenado que un cirujano habría podido operar en él. Los gérmenes no se atreverían a acercarse. Pero él no tenía por costumbre echarse atrás.


—Tu madre ya se había vuelto a casar cuando cumpliste los siete años.


—Y Delfina era un bebé —Paula enlazó las manos ante sí en un gesto defensivo.


Pedro permaneció un momento en silencio, asimilando la información.


—¿Tu madre fue a ver a su viejo amor después de haberse casado con otro tipo? No creo que a tu padrastro le hiciera mucha gracia.


—Nunca se enteró, ni sabe nada de los Medina —Paula permaneció erguida, con la cabeza alta, y Pedro reconoció en su actitud la de una auténtica reina. 


Ella reinaba. Daba igual si estaba sentada en un palacio o en una diminuta y abarrotada oficina. Aquella mujer lo hipnotizaba. Y a la vez apelaba a sus instintos más básicos de protección. ¿Qué clase de vida habría llevado para alzar unas defensas tan firmes a su alrededor?


—¿Tu padrastro no sabía nada del asunto? —dijo a la vez que se acercaba a ella con cuidado—. ¿Y qué explicaciones le dió tu madre sobre tu padre?


Paula encogió un hombro.


—Lo mismo que a todo el mundo. Que mi padre era un estudiante sin familia y que murió en un accidente de coche. Además, Miguel no hablaba a nadie sobre mi padre. En realidad, el tema nunca llegó a surgir.


Pedro alzó una mano y deslizó un dedo por el seño fruncido de Paula.


—No hablemos de tu padrastro. Cuéntame cómo fue esa visita que hiciste a tu padre a los siete años.


El rostro de Paula se distendió en una leve sonrisa.


—Fue maravilloso… O al menos eso me pareció. Caminamos por la playa y recogimos caracolas. Él… —hizo una pausa y carraspeó—… mi padre me contó un cuento de una ardilla, me cantó canciones en español y me llevó sobre sus hombros cuando me cansé de caminar.


—Esos son buenos recuerdos.


Paula asintió.


—Sé que es una tontería, pero aún conservo una de esas caracolas. Solía ponérmelas en la oreja e imaginaba que escuchaba su voz mezclada con el sonido del mar.


—¿Y dónde está ahora la caracola?


—En una estantería, en casa. 


Una casa totalmente decorada con motivos marítimos. No podía ser una coincidencia. Pedro apoyó una mano en el hombro de Paula.


—¿Por qué no vuelves a visitarlo? Tienes derecho a ello.


—No sé dónde está.


—Pero supongo que tendrás alguna forma de ponerte en contacto con él, ¿No?—al notar que los hombres de Paula cedían bajo sus manos, Pedro sintió la tentación de atraerla más hacia sí. ¿Y tu abogado?


Paula apartó la mirada.


—Hablemos de otra cosa.


—De manera que el abogado es tu conexión aunque tu padre no quiera ponerse en contacto contigo.


—Déjalo va, por favor.


Paula miró a Pedro con dureza. Su oscura mirada era tan defensiva y contenía tanto dolor que él comprendió en aquel momento que sería capaz de hacer cualquier cosa para evitarle aquel dolor.


—Paula…


—Mi padre biológico ha pedido verme —interrumpió Paula en tono enfático—. Más de una vez. Soy yo la que no quiere verlo. Es demasiado complicado. Mi padre destrozó el corazón de mi madre —deslizó instintivamente las manos hacia arriba y las dejó apoyadas sobre el pecho de Pedro—. No es algo que pueda olvidar cada cinco años cuando su conciencia lo insta a verme.


—Yo echo de menos a mi padre —dijo Pedro con suavidad.


Su padre murió en un accidente cuando él entraba en la adolescencia.


—Ya le he dicho que no quiero ver al mío.


Pedro tomó le rostro de Paula en sus manos.


—Estoy hablando de cuánto echas de menos a tu madre. Es duro perder a un padre, no importa la edad que tengas.


La mirada de Paula se suavizó.


—¿Cuándo murió tu padre?


—Cuando yo acababa de cumplir los trece años. Murió en un accidente de coche. Solía sentirme celoso de mis hermanos porque pasaban más tiempo con él — Pedro permaneció un momento en silencio—: También estuvimos a punto de perder a nuestra madre hace unos años. Un loco provocó un tiroteo en una de las galas que organizaba.


—Lo recuerdo —dijo Paula, que acarició instintivamente el pecho de Pedro con sus manos—. Debió ser terrible para ustedes. Recuerdo que también estaba allí parte de la familia de tu madre… ¿Viste lo que sucedió? 


—No estoy pidiendo compasión —Pedro sujetó las muñecas de Paula. Sabía que sólo trataba de consolarlo, pero sus caricias estaban empezando a volverse peligrosas—. Sólo trataba de hacerle ver que comprendo cómo te sientes. Pero una vez que uno está bajo los focos, no hay manera de escapar.


—Te comprendo perfectamente. Por eso trato de ser lo más discreta posible.


—No hay discreción que valga. Sólo estás retrasando lo inevitable.


Paula retiró de un tirón sus manos de las de Pedro.


—No eres tú quien tiene que decidir eso.


Pedro hizo un esfuerzo por contener su frustración. La testarudez de Paula, no le permitía ver más punto de vista que el suyo.


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