jueves, 10 de julio de 2025

Chantaje: Capítulo 24

Los celos de Pedro se esfumaron al instante. Observó al tipo que decía ser hermano de Paula. ¿Cómo podía fiarse de él? Tal vez se había equivocado de casa y estaba hablando de otra hermana.


—¿A quién ha dicho que viene a ver?


El hombre alisó la parte delantera de su chaqueta con una mano.


—¿Dónde está mi hermana Paula? El abogado de la familia nos ha informado de que tiene problemas. He venido de inmediato.


Pedro debía asegurarse de que podía fiarse de aquel hombre. Por su pelo negro y sus ojos marrones podía serlo, aunque él era más moreno.


—¿Cómo se llama?


El hombre se levantó de la tumbona, se acercó a Pedro y le ofreció su mano.


—Soy Ezequiel. Hola, Pedro Alfonso.


Pedro se quedó desconcertado. ¿Cómo era posible que aquel hombre lo conociera?


—¿Cómo ha entrado aquí?


—He saltado la valla.


—¿Y tiene por costumbre entrar así en las casas?


Ezequiel, o quien fuera, arqueó una ceja.


—Habría entrado por la puerta, pero Paula no está.


—Paula no tiene hermanos. Sólo una hermana llamada Delfina.


Ezequiel sonrió.


—Paula aclarará las cosas. Y, como habrás notado, te conozco y sé cuál es tu conexión con mi hermana —frunció el ceño ligeramente—. Supongo que eso nos convierte en hermanos y deberíamos tutearnos.


Pedro se quedó conmocionado. ¿Cómo había averiguado la verdad aquel tipo? ¿Y sería realmente quien decía ser?


—¿Por qué no deja una tarjeta de visita?


—Bien, bien. Me gusta que Paula cuente contigo para protegerla.


Aquello desconcertó de nuevo a Pedro. Lo último que esperaba era aceptación. Pero él no se dejaba engañar fácilmente.


—¿A qué has dicho que has venido?


—He venido a ver a Paula de parle de mi padre. Y tú haces bien en no confiar en mí. Es lo mejor para ella.


—¿Dónde vive tu padre? 


—Ah, eres astuto. Tus preguntas y respuestas son tan nebulosas como las mías —señaló las puertas correderas—. Pasemos al interior. Así habrá menos posibilidades de que alguien nos escuche.


—No creo. Hasta que Paula no me confirme que eres bienvenido en esta casa podemos quedarnos aquí.


Ezequiel miró a su alrededor y asintió.


—De acuerdo. Podemos esperar aquí a que vuelva.


Pedro se apoyó contra el marco de la puerta con aparente despreocupación.


—Mientras esperamos puedes contarme a qué has venido.


El desconocido echó atrás la cabeza y rió.


—Yo viajo a todas partes, pero nuestro padre no puede hacerlo debido a sus problemas de salud y quiere ver a sus hijos. No tienes que confirmar nada de lo que diga. No espero que lo hagas.


—Creo que ha llegado la hora de llamar a la policía para que te arresten por allanamiento de morada.


—Podría darte toda clase de identificaciones, pero ya sabes que se pueden conseguir por dinero. En lugar de ello te hablaré de la última visita que hizo Paula a su padre biológico cuanto tenía siete años; entonces yo tenía diecisiete. Fuimos de picnic y luego paseamos por la playa. Recogimos caracolas. Luego mi padre la  llevó en hombros mientras le contaba la historia de una princesa ardilla que podía viajar a donde quisiera. Luego le cantó unas canciones en español. ¿Responde eso a tu pregunta?


—Has llamado lo suficiente mi atención como para retrasar la llamada a la policía —era posible que apenas supiera nada sobre Paula, pero Pedro estaba seguro de que no le haría precisamente gracia que las noticias sobre su familia se extendieran a partir de un informe policial que cayera en manos de la prensa.


—Gracias —dijo Ezequiel—. No he venido sólo porque Paula haya llamado al abogado. También he venido porque nuestro padre esta enfermo. Muy enfermo. Si ella no lo visita ahora podría no volver a verlo.


¿Cómo se tomaría Paula aquella noticia? Pedro la había alentado a ponerse en contacto con su padre, aunque sólo fuera para dejar zanjado el pasado, y ahora el reloj había empezado a correr. Si aquel hombre podía ayudarlo a persuadirla para que fuera, mejor que mejor. Y con él a su lado, nadie tendría oportunidad de volver a hacer daño.


Chantaje: Capítulo 23

 —No lo sé. Sólo puedo decirte que hay un complejo en Argentina construido como una fortaleza. Hay mucha actividad en el interior de la que apenas se sabe nada en el exterior. O vive ahí, o se le da muy bien dejar pistas falsas.


—Medina tiene dinero suficiente para lograr algo así.


Ana rió.


—Eso si puedo confirmártelo. El viejo rey consiguió una fortuna más allá de su herencia, fortuna que sigue multiplicándose. Sabemos que tiene tres hijos, Ezequiel,  Rodrigo y Santiago.


—Gracias, mamá. Te agradecería que averiguaras lo que puedas respecto a los Medina… Con discreción, claro.


—Haré lo que pueda —tras un instante, Ana añadió con curiosidad—: ¿Te importaría decirme por qué?


Pedro no podía compartir los secretos de Paula. Pero no tardaría en llegar el momento en que su familia tendría que enterarse de que se había casado con ella. El hecho de que lo hubiera ocultado durante todo un año no iba a hacerles ninguna gracia.


—¿Tengo que contestar para obtener tu ayuda?


—Claro que no. No le preocupes. Te informaré de lo que averigüe. De lo contrario, nos vemos en un par de semanas.


—Estoy deseándolo. Te quiero, mamá.


—Y yo a tí, Pedro —dijo Ana con suavidad antes de colgar.


Tal vez hablar con su madre había acentuado su conciencia, o tal vez acababa de despertar. En cualquier caso, tenía que rodear a Paula de romance además de sensualidad. No podía estar seguro de cómo iban a salir las cosas, pero no pensaba irse hasta asegurarse de que todo quedara aclarado y resuello. Llamó a la puerta y esperó… Y esperó. No hubo respuesta. Ella le había dicho que llegaría alrededor de aquella hora, pero no estaba respondiendo a su móvil. También le había dado una llave y decidió usarla. Abrió la puerta y pasó al interior.


—¿Paula? ¿Estas en casa?


Tras buscar sin éxito por la casa, fue al patio. Al abrir la puerta vió que había una tumbona ocupada… Pero no por Paula. Se pasó una mano por la barbilla para ocultar su sorpresa y pensar qué hacer con aquel intruso que parecía encontrarse como en su casa. Los celos hicieron su aparición mientras examinaba a su oponente, un hombre grande y moreno que debía medir un metro ochenta y cinco. Al principio le pareció que el hombre tenía los ojos cerrados, pero cuando Pedro lo observó más atentamente notó que sólo los tenía entrecerrados.


—¿Qué hace en el patio de Paula? —preguntó con firmeza.


El hombre abrió los ojos y sonrió con altivez.


—He venido a visitar a mi hermana. 


Chantaje: Capítulo 22

Pedro situó su pierna entre las de ella, y el firme roce de su muslo envió destellos de placer irradiando por el cuerpo de Paula, y estaba claro que ella no era la única que estaba sintiendo los efectos de su abrazo. La rigidez de su erección era evidente contra su estómago. La deseaba. Allí. En aquel momento. Ella también lo deseaba… ¡Y al diablo con los problemas emocionales que pudieran surgir luego! ¿Acaso no había pensado aquella misma mañana en lo tentador que seria volver a encontrarse con él, sin matrimonio, sin ataduras? Aparte de por un mero papel, no estaban realmente casados. Sus vidas no tenían porqué enredarse más allá de aquellas dos semanas.


—Sigamos con esto en mi casa —dijo, lanzada—. O en tu hotel.


—No me gustaría meterte en líos en tu trabajo —dijo Pedro, y volvió a acallarla con sus besos a la vez que intensificaba los movimientos del muslo entre sus piernas.


Paula sintió un intenso y creciente placer. Anhelaba la liberación, pero se contuvo, nerviosa, y excitada a la vez ante la idea de perder el control. Hacía tanto, tanto tiempo… Todo un año sin sentir la clase de frenesí que tan sólo Pedro había sido capaz de despertar en ella. ¿Y si era el único hombre capaz de despertar su pasión de aquella manera? ¿Cómo sería pasar por la vida sin volver asentir nunca aquel nivel de placer, deseo y pura sensualidad? La calidez de su lengua, el recuerdo de su sabor, alentaron más y más su necesidad. Trató de arrimarse aún más a él. La tensión fue creciendo entre sus piernas. Pedro la presionó con más insistencia con su fuerte muslo, moviéndolo rítmicamente hasta que Paula comenzó a jadear… No podía contenerse… Pedro reprimió su gemido besándola profundamente. Ella arqueó la espalda mientras alcanzaba la liberación. Cada músculo de su interior se contrajo como para contener la sensación el máximo tiempo posible. Poco a poco, su cuerpo fue liberando la tensión. Se estremeció y él la estrechó contra su pecho. Afortunadamente no dijo nada. Paula se habría sentido terriblemente avergonzada, pero apenas podía pensar, y mucho menos hablar. Pedro la besó en la frente.


—Disfruta del resto de tu descanso y de tu sándwich. Pasaré a recogerte para cenar.


A continuación salió del despacho y cerró la puerta a sus espaldas. Paula se dejó caer en una silla y pasó una temblorosa mano por su pelo, por sus labios. No lamentaba su decisión, pero debía admitir que se había equivocado. Las cosas con Pedro nunca podrían ser fáciles. Acababa de tener el mejor orgasmo de su vida. ¡Y sólo la había besado! Sólo la había besado.



Cinco horas después, Pedro estacionó el Range Rover que había alquilado y permaneció sentado ante el volante. Había pasado por su hotel para ocuparse de algunas llamadas y asuntos relacionados con su trabajo. Pero sobre todo había pasado el rato buscando formas para que sus ocupaciones le permitieran estar el máximo tiempo posible con Paula. Sus hermanos se reirían de él si lo vieran en aquellas circunstancias, pero se negaba a perder la oportunidad de arreglar las cosas con ella. Con su aroma aún rodeándolo, sabía que no iba a renunciar. Tenía que poseerla. Su encuentro en la biblioteca había ido tal y como había planeado… Y sin embargo no había resultado como había imaginado. Nunca habría pensado que se sentiría tan afectado al ver cómo se había derretido Paula entre sus brazos. Aquello estaba yendo demasiado deprisa y, si no tenía cuidado, ella volvería a desaparecer. Afortunadamente había reservado mesa en un restaurante. No estaba seguro de poder soportar otra noche a solas con ella en su casa. Estaba a punto de salir del coche cuando sonó su móvil. Miró el número y comprobó que era su madre. Aún le asombraba que hubiera diplomáticos y políticos por todo el mundo que temían el férreo carácter de su madre. Ana Alfonso era una mujer fuerte, sin duda, pero también tenía un gran corazón. Pulso el botón para responder.


—Hola, mamá. ¿Qué tal?


—Sólo llamaba para saber cómo te iba —en el fondo se escuchó el sonido de un teclado. Sin duda, Ana estaba trabajando mientras hablaba. La madre de Pedro había elevado el concepto de la multitarea a niveles insospechados: embajadora, esposa y madre de cuatro hijos y tres hijastros. Toda una super mujer—. Estoy en Washington, asistiendo a unas reuniones de trabajo. Estaré de vuelta en Sudamérica antes de que llegues a Perú con tu nuevo proyecto. Estoy deseando vivir cerca de mi hijo pequeño, aunque sólo sea una pequeña temporada.


—Yo también —los Alfonso pasaban mucho tiempo viajando a causa de sus trabajos, de manera que las visitas familiares estaban especialmente valoradas entre ellos—. ¿Tienes alguna información sobre el rey depuesto de San Rinaldo?


Ana dudó un momento antes de contestar.


—¿Por qué lo preguntas?


—Corren rumores de que está en Argentina —dijo Pedro. 


Casualmente, su madre era embajadora en un pequeño país vecino.


—Eso se rumorea.


Pedro sabía que su madre nunca rompería las normas de seguridad, pero si pudiera darle alguna pista…


—¿Oficial, o extraoficialmente? 

Chantaje: Capítulo 21

 —¿Estás segura de conocer los motivos de tu padre para mantenerse oculto?


Paula se puso rígida y lo miró con expresión iracunda.


—¿Qué tratas de lograr con todo esto?


Pedro esperaba aprender más cosas sobre Paula para seducirla, pero había acabado espantándola. Pero ya no podía echarse atrás.


—No tienes por qué seguirles el juego, Paula. Decide lo que quieres hacer en lugar de seguirles la corriente.


Paula apretó los puños.


—¿Por qué complicar las cosas? Y además, ¿Qué tiene esto que ver contigo?


Pedro hizo un esfuerzo por controlar su enfado.


—Soy el tipo que sigue casado contigo a causa de esas «Complicaciones». ¿Tanto te cuesta comprender que quiera arreglar las cosas?


—Puede que no haya nada que arreglar, y aunque lo hubiera, ¿Sabes lo que realmente quiero?


—En eso tienes razón —Pedro abrió expresivamente los brazos—. No tengo ni idea de lo que quieres de mí.


—Pues disponte a averiguarlo.


Sin previo aviso, Paula tomó el rostro de Pedro entre sus manos y lo besó en los labios. Él parpadeó, desconcertado… Tres segundos antes de estrecharla entre sus brazos para devolverle el beso. Cuando ella lo rodeó con los brazos por el cuello, decidió que había llegado el momento de llevar las cosas hasta donde se lo permitiera.  No sabía si había tomado la peor o la mejor decisión de su vida. En cualquier caso, sabía que había hecho lo inevitable al besar a Pedro. Se habían encaminado hacia aquello desde el momento en que Pedro salió de la limusina la noche anterior. Presionó su cuerpo contra el de él a la vez que entreabría los labios para darle la bienvenida. Había olvidado lo bien que encajaban, lo cómoda que se sentía entre sus brazos. Deslizó los dedos por su cabeza, por las ondas de su maravilloso pelo. Se había lanzado a por él a causa de la frustración, pero, ahora que Pedrola estaba tocando, presionando su cuerpo contra el de ella, todo su enfado se esfumó. A pesar de todo, una parte de ella temía que él hubiera despertado algo en su interior al preocuparse lo suficiente como para formular las duras preguntas que otros evitaban. Se enfrentaba a las cosas que ella quería mantener ocultas. En cualquier caso, no quería discutir. Quería la misma conexión que recordaba del año anterior, y no quería luchar contra ella ni un segundo más.


—Sabes a manzanas.


—Es la vaselina…


—Ah… —Pedro sonrió contra sus labios—. Hoy llevas vaselina —deslizó la punta de la lengua por los labios de Paula y la introdujo lentamente en su boca.


Mientras el beso se volvía más y más intenso, Pedro la aprisionó contra el borde del escritorio, algo que Paula agradeció, porque no sabía cuánto tiempo más iban a sostenerle las piernas. Un instante después sintió que él la besaba en el cuello, en su lugar más sensible. El hecho de que lo hubiera recordado resultó incluso más excitante que sus caricias. Reprimió un gemido y apoyó la cabeza en su hombro.


—Tenemos que echar el freno. Estoy trabajando.


Pedro apoyó un dedo contra sus labios.


—Shhh. Estamos en la biblioteca. ¿Nunca lo has hecho en la biblioteca?


—Nunca.


—¿Y nunca has pillado a nadie haciéndolo? —preguntó Pedro mientras deslizaba las manos por los costados de Paula, cada vez más arriba, hasta detenerlas justo debajo de sus pechos.


—En un par de ocasiones —Paula los echó, como adulta responsable que era, pero en aquellos momentos no se sentía especialmente responsable. 

martes, 8 de julio de 2025

Chantaje: Capítulo 20

 —Tengo una media hermana, ¿Recuerdas? Sé lo que es formar parte de una familia —dijo Paula, dolida—. No soy un bicho raro.


Pedro se volvió a mirarla. Tenía el escritorio tan limpio y ordenado que un cirujano habría podido operar en él. Los gérmenes no se atreverían a acercarse. Pero él no tenía por costumbre echarse atrás.


—Tu madre ya se había vuelto a casar cuando cumpliste los siete años.


—Y Delfina era un bebé —Paula enlazó las manos ante sí en un gesto defensivo.


Pedro permaneció un momento en silencio, asimilando la información.


—¿Tu madre fue a ver a su viejo amor después de haberse casado con otro tipo? No creo que a tu padrastro le hiciera mucha gracia.


—Nunca se enteró, ni sabe nada de los Medina —Paula permaneció erguida, con la cabeza alta, y Pedro reconoció en su actitud la de una auténtica reina. 


Ella reinaba. Daba igual si estaba sentada en un palacio o en una diminuta y abarrotada oficina. Aquella mujer lo hipnotizaba. Y a la vez apelaba a sus instintos más básicos de protección. ¿Qué clase de vida habría llevado para alzar unas defensas tan firmes a su alrededor?


—¿Tu padrastro no sabía nada del asunto? —dijo a la vez que se acercaba a ella con cuidado—. ¿Y qué explicaciones le dió tu madre sobre tu padre?


Paula encogió un hombro.


—Lo mismo que a todo el mundo. Que mi padre era un estudiante sin familia y que murió en un accidente de coche. Además, Miguel no hablaba a nadie sobre mi padre. En realidad, el tema nunca llegó a surgir.


Pedro alzó una mano y deslizó un dedo por el seño fruncido de Paula.


—No hablemos de tu padrastro. Cuéntame cómo fue esa visita que hiciste a tu padre a los siete años.


El rostro de Paula se distendió en una leve sonrisa.


—Fue maravilloso… O al menos eso me pareció. Caminamos por la playa y recogimos caracolas. Él… —hizo una pausa y carraspeó—… mi padre me contó un cuento de una ardilla, me cantó canciones en español y me llevó sobre sus hombros cuando me cansé de caminar.


—Esos son buenos recuerdos.


Paula asintió.


—Sé que es una tontería, pero aún conservo una de esas caracolas. Solía ponérmelas en la oreja e imaginaba que escuchaba su voz mezclada con el sonido del mar.


—¿Y dónde está ahora la caracola?


—En una estantería, en casa. 


Una casa totalmente decorada con motivos marítimos. No podía ser una coincidencia. Pedro apoyó una mano en el hombro de Paula.


—¿Por qué no vuelves a visitarlo? Tienes derecho a ello.


—No sé dónde está.


—Pero supongo que tendrás alguna forma de ponerte en contacto con él, ¿No?—al notar que los hombres de Paula cedían bajo sus manos, Pedro sintió la tentación de atraerla más hacia sí. ¿Y tu abogado?


Paula apartó la mirada.


—Hablemos de otra cosa.


—De manera que el abogado es tu conexión aunque tu padre no quiera ponerse en contacto contigo.


—Déjalo va, por favor.


Paula miró a Pedro con dureza. Su oscura mirada era tan defensiva y contenía tanto dolor que él comprendió en aquel momento que sería capaz de hacer cualquier cosa para evitarle aquel dolor.


—Paula…


—Mi padre biológico ha pedido verme —interrumpió Paula en tono enfático—. Más de una vez. Soy yo la que no quiere verlo. Es demasiado complicado. Mi padre destrozó el corazón de mi madre —deslizó instintivamente las manos hacia arriba y las dejó apoyadas sobre el pecho de Pedro—. No es algo que pueda olvidar cada cinco años cuando su conciencia lo insta a verme.


—Yo echo de menos a mi padre —dijo Pedro con suavidad.


Su padre murió en un accidente cuando él entraba en la adolescencia.


—Ya le he dicho que no quiero ver al mío.


Pedro tomó le rostro de Paula en sus manos.


—Estoy hablando de cuánto echas de menos a tu madre. Es duro perder a un padre, no importa la edad que tengas.


La mirada de Paula se suavizó.


—¿Cuándo murió tu padre?


—Cuando yo acababa de cumplir los trece años. Murió en un accidente de coche. Solía sentirme celoso de mis hermanos porque pasaban más tiempo con él — Pedro permaneció un momento en silencio—: También estuvimos a punto de perder a nuestra madre hace unos años. Un loco provocó un tiroteo en una de las galas que organizaba.


—Lo recuerdo —dijo Paula, que acarició instintivamente el pecho de Pedro con sus manos—. Debió ser terrible para ustedes. Recuerdo que también estaba allí parte de la familia de tu madre… ¿Viste lo que sucedió? 


—No estoy pidiendo compasión —Pedro sujetó las muñecas de Paula. Sabía que sólo trataba de consolarlo, pero sus caricias estaban empezando a volverse peligrosas—. Sólo trataba de hacerle ver que comprendo cómo te sientes. Pero una vez que uno está bajo los focos, no hay manera de escapar.


—Te comprendo perfectamente. Por eso trato de ser lo más discreta posible.


—No hay discreción que valga. Sólo estás retrasando lo inevitable.


Paula retiró de un tirón sus manos de las de Pedro.


—No eres tú quien tiene que decidir eso.


Pedro hizo un esfuerzo por contener su frustración. La testarudez de Paula, no le permitía ver más punto de vista que el suyo.


Chantaje: Capítulo 19

 —Ya lo capto: Flirteas —Paula reprimió una risa—. ¿Quieres una visita guiada? —sacó un ejemplar de Historia de dos ciudades de la estantería junto a la que se encontraba—. ¿De una biblioteca?


—Quiero ver tu biblioteca. Tú viste mi lugar de trabajo en España. Ahora yo quiero ver el tuyo.


Paula se preguntó si Pedro estaría hablando en serio. ¿Necesitaría, como ella, algunos datos adicionales antes de dejar atrás su pasado? Posiblemente su flirteo no fuera más que una forma de ocultar la misma confusión que ella sentía. Y, probablemente, ella estaba pensando demasiado. ¿No decían los hombres que las cosas eran mucho más sencillas para ellos? Además, ¿Qué problema había en enseñarle la biblioteca? No se le ocurría un lugar más seguro en el que estar con él… Aunque tampoco quería verse sometida después a un interrogatorio por parte de sus compañeros de trabajo. Finalmente, Pedro tomó la iniciativa y abrió una puerta que daba a la zona de investigación.


—¿Qué te hizo elegir la especialidad de biblioteconomía?


Paula miró a su alrededor. Aquélla era una zona aislada y discreta. Podía hablar sin preocuparse por ser escuchada.


—Mi madre pasó mucho tiempo bajo vigilancia. Yo aprendí a ser discreta desde muy pequeña. Los libros eran…


—¿Tu forma de escape? —concluyó Pedro a la vez que señalaba a su alrededor.


—Mi forma de divertirme. Ahora son mi medio de vida.


—¿Y después de que tu madre se casara con tu padrastro? —Pedro apoyó una mano en la espalda de Paula, mientras giraban en un pasillo.


Paula siempre se había preguntado cómo era posible que su madre se hubiera enamorado de un rey, especialmente de un rey depuesto, con toda una serie de dramas rodeando su vida. Enrique Medina parecía la antítesis de su padrastro, un hombre con muchos defectos, pero que al menos había estado presente en su vida.


—Se llama Miguel Chaves—dijo, dejándose llevar por un impulso de lealtad.


—Sí, como se llame.


Paula no pudo reprimir una sonrisa. Su padrastro no era un mal tipo, aunque sí resultaba un tanto pretencioso y pedante… Y en el fondo sabía que quería a su hija biológica mucho más de lo que nunca la había querido a ella. Aún le dolía pensar en ello, pero no tanto como antes.


—Agradezco que defiendas mi causa, pero sé cuidar de mí misma.


—Nunca lo he dudado —respondió Pedro—. No sé cómo se nos ocurre a algunos tratar de defenderte.


Paula movió la cabeza. 


—Creía que querías que te diera una vuelta por la biblioteca.


—Podemos hablar a la vez.


Paula no estaba segura de poder caminar y comer chicle a la vez cuando estaba con aquel hombre. Sonrió tocadamente.


—Claro que podemos. Éste es mi despacho.


Abrió una puerta e hizo una seña para que Pedro pasara a una pequeña habitación abarrotada de libros. Paula dejó el clásico de Dickens que llevaba consigo  en el escritorio. La puerta se cerró con un ligero clic. Al volverse, sintió que Pedro ocupaba casi todo el espacio de su despacho. Tal vez se debía a que no había ventanas, o ni siquiera una mirilla en la puerta. No a que estuvieran solos. Completamente solos. 


Él no había planeado quedarse a solas en la biblioteca con ella. Sin embargo, allí estaban. Los dos solos, en la diminuta y aislada oficina de Paula. Miró a su alrededor en busca de alguna distracción, de algo de que hablar. La estantería en que se fijó estaba llena de libros sobre España y Portugal. Al parecer, Paula no sentía tanto desapego por sus raíces como trataba de hacerle ver. Deslizó el dedo por el tomo de un libro de poesía española. Paula hablaba el castellano con fluidez.


—¿Has conocido alguna vez a tu padre biológico en persona?


—Lo ví en una ocasión, cuando tenía siete años.


—Eso fue años después de que fuera visto por última vez —dijo Pedro mientras seguía inspeccionando los libros.


—No sé dónde fuimos a verlo. A mí me pareció un viaje muy largo, pero a esa edad todos los viajes te parecen largos.


—¿Recuerdas el medio de transporte en el que fuiste?


—Por supuesto.


Pedro no pudo contener una sonrisa.


—Pero no me lo vas a decir.


—Puede que no tenga una relación con mi padre, pero eso no significa que no me preocupe su seguridad o la de mis hermanos.


—Es cierto. Medina tiene tres hijos. ¿Los conoces?


—A dos de ellos.


—Debió ser una experiencia… Extraña. 

Chantaje: Capítulo 18

 —¿Te limitas a dejar el dinero quieto?


—No, claro que no. Lo invierto. Espero dejar más a mis hijos.


Paula apartó la mirada y dejó su taza en la mesa.


—¿Quieres tener hijos?


—Claro que sí. Por lo menos media docena.


Paula se puso en pie bruscamente, dió un paso atrás y estuvo a punto de tropezar. Se sujetó al respaldo de una silla para mantener el equilibrio.


—Tengo que terminar de prepararme para ir al trabajo.


¿Qué había hecho que reaccionara así? Pedro creía estar dando pasos adelante y de repente ella estaba mirando su reloj y recogiendo su bolso. ¿Estaría yendo demasiado deprisa? Pero no era de los que admitía fácilmente la derrota. Sólo tenía que ser paciente y seguir poco a poco, ladrillo a ladrillo. Observó a Paula mientras se encaminaba hacia la puerta. Y cuando se volvió para despedirse se dió cuenta. Se había puesto vaselina en los labios. Pensó en la tarde anterior. Estaba preciosa en el muelle junto al agua, con aquel vestido y el pelo suelto. Llevara lo que llevase, poseía un estilo y una elegancia naturales que proclamaban su belleza intemporal. Y estaba seguro de que no llevaba maquillaje, como tampoco lo llevaba en Madrid. Sin embargo, por algún motivo, aquella mañana había decidido que sus labios brillaran. Era un detalle intrascendente, sin duda, pero sentía curiosidad por cada detalle que rodeaba a la mujer con la que se había casado. Ese día habían hecho un buen comienzo para llegar a conocerse mejor. Aunque sobre todo habían hablado de él. Al pensar en ello, llegó a la conclusión de que apenas sabía nada sobre el trabajo de Paula. Si quería acercarse a ella, tal vez debería averiguar algo más sobre el lugar en que trabajaba. 


Paula subió a lo alto de la escalera rodante para dejar en las estanterías dos copias de La letra escarlata. Normalmente el trabajo solía calmarla, pero aquel día no parecía ser así. Sin duda, la culpa la tenía su marido. La repentina presencia de Pedro en su vida resultaba inquietante a muchos niveles. Se había puesto en contacto con su abogado y, al parecer, Pedro tenía razón. El proceso de divorcio no había salido adelante. Su abogado acababa de recibir los papeles aquella mañana, aunque aseguraba no tener idea de cómo había dado Pedro con sus orígenes Medina. Planeaba acudir directamente al padre y los hermanos de Paula para advertirlos de lo sucedido. Ella alineó los libros y empezó a bajar la escalera. Cuando sintió que una mano la sujetaba por la pantorrilla tuvo que agarrarse a un lateral para no caer hacia atrás. Bajó la mirada…


—Pedro… —susurró—… ¡Me has dado un susto de muerte!


—Lo siento. No quería que te cayeras —dijo Pedro, que no retiró la mano de su pantorrilla.


Paula siguió bajando y la mano de Pedro fue subiendo. El corazón de ella latió más rápido mientras se preguntaba cuánto tiempo seguiría jugando a aquello. Bajó otro escalón. Él retiró la mano. Ella terminó de bajar la escalera.


—¿Qué haces aquí?


—He venido a rescatarte, a menos que tengas algo que hacer respecto a los planes de boda de tu hermana. Si no es el caso, he venido a invitarte a comer.


¿Una cita para comer? Aquello sonaba divertido, y más que un poco impulsivamente romántico. Y también imprudente… Al menos si quería mantener el equilibrio mientras averiguaba qué hacía ponerse en marcha a Pedro Alfonso.


—Ya he comprado un sándwich camino del trabajo.


—En ese caso, en otra ocasión será —Pedro miró por encima del hombro de Paula y luego por encima del suyo—. ¿Te importa si doy una vuelta por la biblioteca antes de irme?


Paula sintió que se le secaba la boca ante la idea de pasar más tiempo con él.


—Es una biblioteca pública y está abierta a todo el mundo.


—Esperaba contar con mi guía personal —dijo Pedro con una sonrisa—. Siento debilidad por las bibliotecarias morenas y sexys que llevan el pelo sujeto en una coleta. Y si además tiene unos exóticos ojos marrones… 

Chantaje: Capítulo 17

Pero no quería ganar la vieja batalla de la seducción. Quería que Paula acudiera a él. Ella tomó la laza que le ofreció, cuidando de que no se rozaran sus dedos.


—¿Has recibido tu fax?


—Sí —Pedro estaba a punto de hablarle de su siguiente trabajo de restauración de una hacienda peruana del siglo diecinueve cuando comprendió que Paula sólo le había hecho aquella pregunta porque pensaba que se estaba poniendo en contacto con su abogado para hablar del divorcio.


—Yo apenas suelo desayunar, pero si quieres hay algo de fruta y pan tostado. Puedes comer lo que encuentres.


—No te preocupes. Ya comeré algo si tengo hambre.


—Bien —Paula asintió—. Y ahora, háblame de tu trabajo.


—No tengo trabajo, ¿Recuerdas? —dijo Pedro en tono irónico—. Sólo soy un playboy perezoso.


Paula lo miró con expresión arrepentida.


—Me equivoqué al asumir eso. Pero ahora quiero que me hables de tu trabajo.


Pedro no estaba seguro de querer verse sometido a un interrogatorio, y no sabía por qué había pasado Paula de querer echarlo a entablar una conversación.


—¿No tienes que ir a trabajar, o a ayudar a tu hermana con sus planes de boda?


—Delfina está ocupada hoy, y a mí me queda aún media hora antes de salir para la biblioteca.


—Avisaré al chófer.


—No hace falta —Paula se volvió y fue a sentarse al sofá—. El prometido de mi hermana se ocupó de traerme el coche. Delfina me ha enviado un mensaje diciéndome que está en el estacionamiento.


—En ese caso, ya está resuello —Pedro observó a Paula, que dejó su taza en la mesa que había junto al sofá. Luego tomó la colcha que había utilizado él y empezó a doblarla—. Háblame de tu trabajo.


Pedro dejó su taza en la mesa y tomó un extremo de la colcha.


—¿Qué quieres saber?


—¿Por qué te dedicas a reconstruir edificios históricos en lugar de hacerlos nuevos? —Paula se inclinó hacia Pedro para recoger la colcha.


Él la miró a los ojos y se planteó la posibilidad de besarla allí mismo, pero quería que fuera ella la que diera el paso. Se agachó para tomar el nuevo extremo de la colcha y volvió a erguirse.


—Soy aficionado a la historia desde pequeño, y he viajado mucho con mi familia.


Paula terminó de doblar la colcha y permaneció con ella sobre el regazo. 


—Cuéntame más —dijo a Pedro a la vez que apartaba un par de cojines del sofá para sentarse junto a él, aunque manteniendo las distancias. De momento.


—Soy arquitecto y estoy especializado en monumentos históricos.


—Por eso estabas en España el año pasado —Paula se apoyó contra el respaldo del sofá y sonrió por primera vez aquella mañana—. Pero también estabas estudiando, ¿No?


Paula se movió incómodo en el asiento. ¿No se conformaría Paula con que le diera un curriculum?


—Terminé mi tesis doctoral.


—Estoy impresionada.


Pedro se encogió de hombros. Prefería no hablar de sí mismo.


—Me gusta el tema y mientras estudiaba no tuve que preocuparme por si me concedían o no me concedían becas.


—Pero también estabas en España por asuntos más oficiales.


—Así es.


—¿Y por qué lo mantuviste en secreto?


Pedro empezaba a preguntarse si aquello sería alguna especie de trampa.


—No lo mantuve en secreto —simplemente sentía que no tenía por qué contar todo a todo el mundo.


—Estás jugando con las palabras. No puedes culparme por hacer suposiciones cuando no compartes la información. Así que cuéntamelo ahora. ¿Qué estabas haciendo en España?


Pedro suspiró y asintió.


—Cuando cumplí dieciocho años decidí que no quería vivir del dinero de mi familia. Mientras estaba en la universidad comencé a reparar casas.


—¿Te dedicaste a la construcción mientras estudiabas?


—¿Hay algo malo en eso?


—Claro que no. Pero… Supongo que saqué conclusiones precipitadas sobre tus años de estudiante.


—No tenía tiempo que perder dedicándome a las fraternidades y tonterías semejantes, princesa. Me dediqué a hacer reparaciones, invertí y acabé dedicándome a la restauración de edificios históricos. Seguí invirtiendo… Y aquí estoy.


—¿Y la influencia de tu familia en el mundo de la política? ¿Y tu herencia?


Algunas de las mujeres que habían pasado por la vida de Pedro se habían sentido muy decepcionadas al enterarse de su falta de interés en formar parte del mundo político en que habitaba su familia.


—¿Qué sucede con eso? 

jueves, 3 de julio de 2025

Chantaje: Capítulo 16

 —Durante esas semanas en Madrid dí la impresión de ser alguien diferente a quien soy —Paula se cruzó de brazos—. Esa época de mi vida no se corresponde con mi carácter.


—Ah, ¿No?


—Soy una persona casera, no aventurera. Me gustan mis libros, mi sillón de lectura y una taza de café. Esa clase de aventura exótica no es lo mío. Tuve la suerte de obtener una beca que me garantizaba los créditos que necesitaba. En el fondo soy una bibliotecaria, no una chica lanzada que se emborracha y se casa impulsivamente con un tío bueno.


—¿Piensas que soy un tío bueno? —los intensos ojos azules de Pedro brillaron traviesamente.


—Ya sabes que te encuentro físicamente atractivo —Paula utilizó su tono más profesional de «Bibliotecaria», que solía servirle para mantener bajo control a los alborotadores más bulliciosos—. Pero estamos hablando de cosas más importantes.


—Por supuesto —Pedro tomó una manzana del frutero—. Tengo una teoría.


—¿Qué teoría? —estaban casi desnudos. 


Pedro tenía una manzana… ¿Dónde estaba la serpiente?, se preguntó Paula.


—Creo que eres la clase de mujer que viaja por el mundo y corre riesgos impulsivamente, aun sabiendo que a veces las cosas pueden salir mal. En el fondo quieres correr más riesgos de ésos porque sabes que, a veces, las cosas salen bien.


—Pareces tener las cosas muy claras sobre mí.


Sin contestar, Pedro tomó un bocado de la manzana. ¿Por qué no habría elegido una naranja, o un inocente melocotón? Paula observó cómo trabajaba su boca. Había hecho eso antes, en España, durante un picnic con todo el equipo. Entonces le gustaba fantasear sobre él, pues jamás se le ocurrió pensar que algún día se dejaría llevar por esas fantasías. Y allí estaba, soñando despierta sobre las sensaciones que despertarían los labios de Pedro en su piel…


—¿Disculpa? —dijo al darse cuenta de que Pedro había dicho algo que no había entendido.


Pedro dejó a un lado su manzana.


—La época que pasamos juntos fue muy intensa. Se puede aprender mucho sobre una persona en poco tiempo.


—Pero al día siguiente estuviste de acuerdo en que habíamos cometido un error.


—¿En serio?


Paula miró a Pedro a los ojos y trató de comprenderlo, de comprender aquel extraño reencuentro. Pero su expresión no revelaba nada. Tocó con delicadeza su mano. 


—No juegues conmigo, por favor. Sé lo que escuché. Y no puede decirse precisamente que vinieras tras de mí.


—Ahora estoy aquí.


¿Y si hubiera ido tras ella de inmediato?, se preguntó Paula. Le habría contado que estaba embarazada. No habría sido capaz de ocultarle la verdad. Las cosas habrían sido muy distintas… O tal vez no. Su madre no vivió precisamente un cuento de hadas cuando se quedó embarazada. Movió la cabeza para alejar aquellos pensamientos. No le gustaba regodearse en lo que hubiera podido ser.


—Has venido en busca de tú última noche de sexo conmigo… Y en busca de tu divorcio.


—¿Y quién dice que no podamos cambiar de opinión? —sin dar tiempo a Paula a responder, Pedro tiró la manzana al cubo de la basura—. Tengo que ir en busca de ese fax.


Paula parpadeó desconcertada mientras él salía de la casa sin camisa. Oyó que abría la puerta y vió por la ventana que se dirigía hacia la limusina. Entonces recordó que el vehículo contaba con una pequeña oficina móvil que incluía ordenador, impresora y fax. También se dió cuenta de que Pedro no había respondido a su pregunta sobre la llamada telefónica ni sobre su trabajo. Al parecer, sabía mucho más sobre ella que ella sobre él. Si quería seguir adelante con su vida, había llegado el momento de dejar de babear por su cuerpo y de empezar a mirar seriamente al hombre que había debajo.



Pedro había captado el brillo del deseo en los ojos de Paula bajo su aparente barniz de calma. Se puso un polo negro mientras esperaba a que ella terminara de ducharse arriba. El trabajo no lo distraía de imaginarla desnuda bajo la ducha. En realidad creía recordar cada detalle de su cuerpo. Aquella noche aún ardía en su memoria. ¿Dejaría de obsesionarse por ella si pasaran más tiempo juntos? Eso esperaba, porque no quería pasar otro año como el que acababa de soportar. Al escuchar que el agua dejaba de correr arriba, fue a la cocina a servir dos tazas de café. Cuando terminó y se volvió, Paula acababa de bajar. Entró en la cocina, descalza, con un sencillo vestido azul de tirantes. Se ceñía sutilmente a sus curvas y su piel relucía tras la ducha. Llevaba el pelo húmedo y sujeto en su característica coleta, dejando expuesto el cuello. Él había notado cómo se había excitado antes, cuando había colgado el teléfono, y probablemente podría persuadirla ahora… 

Chantaje: Capítulo 15

Paula logró pasar la noche sin bajar al cuarto de estar… Aunque le costó contenerse cuando despertó alrededor de las cuatro. Finalmente, cuando amaneció, sintió que ya podía bajar sin sentir que había cedido. Ya que eran sólo las seis y media, lo más probable era que sólo fuera a ver a Pedro durmiendo, algo que se perdió la noche que pasaron juntos. Se puso una bata blanca y se ciñó el cinturón antes de salir del dormitorio. A medio camino de las escaleras comprobó que el sofá estaba vacío. Terminó de bajar las escaleras y apoyó sus pies descalzos en la gruesa alfombra que había a los pies. ¿Dónde estaba? El baño de abajo estaba en silencio, con la puerta abierta, el espejo aún cubierto con un poco de vaho y una toalla azul colgada de la rejilla. ¿Se habría ido tan bruscamente como había aparecido, incluso después de haber bromeado con lo de pasar una última noche juntos? La mera idea de volver a estar con él hizo que un agradable cosquilleo recorriera su cuerpo… Aunque se le pasó en seguida ante la perspectiva de que ya se hubiera ido. Fue a la cocina y comprobó que también estaba vacía.


—Sí, claro… —la voz de Pedro llegó desde el patio.


Paula giró sobre sí misma. Las puertas correderas de la cocina estaban entreabiertas. Se apoyó contra el borde de la encimera y miró hacia el jardín. Pedro estaba sentado en su tumbona, hablando por teléfono. La curiosidad hizo que permaneciera donde estaba, a pesar de que probablemente debería haber hecho algo para anunciar su presencia, como abrir y cerrar un par de armarios en la cocina. Vestido con unos vaqueros, él tenía sus largas y fuertes piernas extendidas ante sí, iluminadas por el sol de la mañana. Había algo cálido e íntimo en la contemplación de sus pies desnudos y, aunque ella no podía ver su pecho, sus brazos también estaban desnudos. Los recuerdos de la noche que hicieron el amor afloraron a la superficie. Era posible que hubiera tomado un par de copas y que hubiera perdido algunas inhibiciones, pero recordaba muy bien el sexo. El buen sexo. El asombroso sexo del que disfrutó. Deseaba intensamente a Pedro y prácticamente le arrancó la camisa. Su pecho desnudo captó por completo su atención. Sabía que sería musculoso. Había sido imposible pasar por alto las ondas que había bajo su camisa, pero no estaba preparada para la intensa definición e inconfundible fuerza que revelaba al desnudo. Siempre se había considerado del tipo cerebral y hasta entonces sólo le habían atraído hombres de tipo académico. De manera que fue una sorpresa comprobar que se le debilitaban las rodillas sólo con mirar los pectorales de Pedro.


—De acuerdo —dijo él a la persona que estaba al otro lado de la línea. Pasó una mano por su brillante pelo negro—. Eso hará que nos retrasemos una semana. Ponte en marcha y envíame las especificaciones. Volveré a ponerme en contacto contigo para darte una respuesta por la tarde —escuchó y asintió—. Puedes localizarme en este número. Entretanto, me mantendré a la espera de tu fax.


Desconectó y no dió indicios de tener intención de marcar de nuevo. Paula pensó que en cualquier momento se levantaría y la vería, de manera que buscó alguna excusa para parecer ocupada y tomó rápidamente la cafetera de la encimera. Pedro se levantó y estiró los brazos por encima de la cabeza. Paula sintió que se le secaba la boca. El pecho de él era todo lo que recordaba y más. Había olvidado su intenso moreno, el brillo de su piel… Deslizó la mirada hacia abajo, aun más abajo y… Oh, oh… se había dejado el bolón del pantalón desabrochado. No llevaba calzoncillos. Paula se agarró a la encimera para mantener el equilibrio. Apartó la mirada del torso desnudo de Pedro y la llevó hasta su rostro. Él también la estaba mirando.


—Lo… Lo siento, Pedro —balbuceó Paula a la vez que se volvía para llenar la cafetera de agua—. No pretendía interrumpir tu llamada.


—No pasa nada. Ya he acabado —Pedro guardó el móvil en el bolsillo de su pantalón y observó a Paula tan atentamente como ella lo había observado a él—. ¿Vas a preparar té o café?


—Café —Paula se volvió y trató de centrarse en loa preparativos del café—. ¿Estabas hablando con tu abogado sobre el procedimiento de nuestro divorcio?


—No. Era una llamada de trabajo.


Paula sintió el aliento de Pedro en el cuello, pero no le había oído acercarse.


—¿Tienes un trabajo? —preguntó distraídamente.


Él apartó su cola de caballo y la colocó sobre uno de sus hombros.


—Creo que me siento insultado por el hecho de que lo preguntes.


Paula se apartó de él y abrió el armario en el que tenía el café.


—¿No estabas trabajando en tus estudios de graduación como los demás cuando nos conocimos? —se volvió a mirarlo—. Había asumido que…


Pedro alzó una ceja.


—¿Asumiste que era un estudiante perpetuo satisfecho con vivir del dinero de mamá y papá? Veo que te hiciste toda una imagen de mí con muy poca información.


Paula terminó de preparar la cafetera.


—Tú también hiciste suposiciones sobre mí.


—¿Por ejemplo? —dijo Pedro mientras se apoyaba de espaldas contra la encimera. 

Chantaje: Capítulo 14

 —Has mencionado lo de tener querubines —replicó Pedro. Sabía que estaban bromeando, pero encontraba excitante la conversación y además era una buena manera de suavizar su irritación—. Siento que tu madre nunca llegara a contártelo, pero sólo a partir del sexo surgen los querubines.


La expresión de Paula se volvió nuevamente hermética.


—No eres ni la mitad de gracioso de lo que crees.


—¿Entonces soy medio gracioso? No esta mal.


Sin miramientos, Paula dejó la ropa de cama sobre el regazo de Pedro.


—Prepárate la cama en el sofá. Yo me voy adormir.


Pedro la observó mientras subía las escaleras hacia su cuarto y no pudo evitar una pequeña sensación de triunfo por el hecho de que le hubiera dejado quedarse. Un instante después oyó el sonido de una puerta al cerrarse… Seguido del inconfundible «Clic» del pestillo. Estaba claro que en algún momento había vuelto a meter la pata… Pero seguía sin saber cómo.


Arriba, en su dormitorio, Paula se sentó en el borde de la cama y se deslizó hasta el suelo. Se rodeó las piernas con los brazos mientras sus ojos se llenaban de lágrimas. Ver a Pedro tocando ese pisapapeles casi hace que se desmorone. Tras perder al bebé cuatro meses después de quedarse embarazada hizo una pequeña ceremonia privada a modo de funeral de su bebé. Llevó un ramillete de rosas blancas a la playa y dejó que las olas se las llevaran mientras rezaba. Conservó una rosa que se secó más rápido que sus lágrimas. Luego hizo que la envolvieran en cristal junto con un par de caracolas y un poco de arena. Los médicos le dijeron que había sufrido un aborto espontáneo, y que no había motivo para que no pudiera tener más hijos, pero no tenía nada claro que pudiera llegar a tener una relación profunda y duradera con algún hombre, y menos aún iniciar una familia. Entre el temor a las amenazas de los enemigos de su padre y el temor aún más profundo a revelar el secreto de su madre… Se frotó los ojos con el antebrazo. Estaba hecha un lío. ¿Qué diría Pedro si llegara a averiguar que le había ocultado su embarazo? Aún no entendía por qué retrasó tanto ponerse en contacto con él para decirle que estaba embarazada. Se dijo que se lo comunicaría antes de que el bebé naciera. Pero cuando perdió al bebé se quedó tan desolada que ponerse en contacto con él le pareció una tarea abrumadora.  Cada día que pasaba parecía más fácil permanecer callada. Decírselo ahora no serviría para nada.


Un sonido de aviso de su móvil la sorprendió en medio de un sollozo. No se sentía con ganas de hablar con nadie a aquellas horas. Afortunadamente, comprobó que era un mensaje de su hermana. Pulsó el bolón para verlo. "¿Ya estás ni casa? Estoy preocupada por tí." Paula se llevó el teléfono al pecho. Nunca había compartido sus cargas con nadie. Sus secretos eran demasiado grandes, demasiado profundos. Desahogarse habría sido egoísta por su parte. "Estoy en casa y bien. No te preocupes", contestó. Envió el mensaje de vuelta y se puso en pie. Tenía que acostarse y dormir. ¿Pero sería posible hacerlo con Pedro abajo, en el sofá? El teléfono volvió a sonar. Era un nuevo mensaje de Delfina. "¿Qué tal tu macizo? ¿Está ahí?" Paula dejó el móvil en la encimera del baño, indecisa. ¿Qué debía responder a su hermana? No había duda de que Pedro la estaba afectando con su mera presencia mucho más de lo que habría esperado. Pero si quería tiempo para decidir qué hacer sobre él, sobre su padre, sobre su biología, necesitaba seguirle la corriente un poco más. Pero, más allá de eso, ¿Qué era lo que quería? Se miró en el espejo. Tomó un mechón de pelo que había escapado de su austera coleta. No llevaba ningún maquillaje, pero tenía las mejillas ruborizadas como nunca antes… Excepto durante aquel mes en España. La verdad floreció de pronto en su interior. No era la clase de persona capaz de bajar al salón, retirar las mantas de Pedro y mandar al diablo las posibles consecuencias para aprovecharse al máximo de su condición de casada. Ya había caminado en una ocasión por aquella senda y sólo había servido para llevarla a su actual situación. De pronto se le ocurrió una tentadora alternativa. ¿Y si volvía a acostarse con él, pero en esta ocasión por mera diversión, sin anillos de bodas de por medio? La vez anterior dejó que las cosas se volvieran demasiado serias. Obviamente, hacerlo fue un error en muchos aspectos. ¿Podría olvidar el pasado y tener una aventura con su ex marido? 

Chantaje: Capítulo 13

 —¿Quieres saber más sobre mí? De acuerdo. Mi hermano Juan Pablo se ha casado recientemente.


—Ya lo has mencionado cuando has hablado de la renovación de sus votos.


—Fueron a Portugal, y ése fue el motivo por el que volví a España —la nostalgia lo había llevado de vuelta a Madrid. 


Esperaba que el hecho de volver a ver los lugares en que había estado con Paula le permitiera cerrar definitivamente aquel capítulo de su vida.


—La prensa desconoce el motivo por el que renovaron sus votos tan pronto después de la boda. Se casaron para asegurarse la custodia de mi sobrina, la hija de mi hermano Juan Pablo. Su madre biológica se desentendió de ella dejándola en manos de Constanza y luego desapareció. Todo ese asunto alteró mucho a nuestra familia. Afortunadamente, la pequeña Valentina está a salvo.


—¿Quieres a tu sobrina? —preguntó Paula con expresión inescrutable.


—Tengo que confesar que me encantan los niños… Y que me enorgullece ser el tío favorito de mis sobrinos. ¿Quieres ver algunas fotos?


—¿Llevas fotos de ellos contigo? —dijo Paula, incrédula.


—Tengo todo un álbum en mi teléfono —Pedro sacó su móvil y tocó la pantalla hasta que salieron las fotos. Luego se inclinó hacia Paula—. Mi hermano Federico y su esposa volvieron a casarse tras divorciarse. Tienen un hijo —mostró una foto de su sobrino dando sus primeros pasos—. Éste es mi hermano Marcos…


—El senador de Carolina del Sur.


—Sí. Éste es él con su esposa y su hija en la playa —Paula pasó a la siguiente foto—. Y éste es un retrato de la familia tomado en Portugal. Esa es mamá con su marido, el General, y los tres hijos de éste con sus esposas e hijos.


—Tienes una familia muy numerosa.


—Las Navidades pueden llegar a resultar bastante ruidosas cuando nos reunimos todos en la casa familiar de Hilton Head.


—Dada la variedad de vuestras ocupaciones, es asombroso que podáis reuniros todos.


—Nos gusta dedicar tiempo a lo que de verdad importa.


Paula se apoyó contra el respaldo de su asiento a la vez que cruzaba los brazos a la defensiva. 


—Tus hermanos están felizmente casados, lo que supongo que significa que tu madre llevará tiempo dándote la lata para que sigas sus pasos, busques una esposa y tengas unos cuantos querubines… Y por eso me buscaste.


No era aquello lo que buscaba Pero. Dejó su teléfono en la mesa, junto al pisapapeles de cristal.


—Me parece que extraes conclusiones muy precipitadas de un simple comentario sobre mis hermanos y sus familias.


—No lo estás negando.


Pedro sintió que estaba perdiendo terreno, y ni siquiera estaba seguro de porqué.


—Puede que mi madre sea una política de voluntad férrea, pero yo soy su hijo y he heredado sus cualidades. No permito que nadie me influya o coaccione para hacer nada.


—A menos que esa influencia venga del fondo de una botella.


—Yo no estaba bebido la noche que nos casamos —Pedrp tan solo había tomado un par de cervezas—. Tú, si.


—¿Estás diciendo que realmente querías casarte conmigo?


—Eso pensaba en aquel momento.


Paula miró a Pedro con expresión horrorizada.


—¿Estabas enamorado de mí?


—La magnitud de tu horror ante esa perspectiva no resulta especialmente alentadora para mi ego.


Paula se puso en pie.


—Estás jugando conmigo —fue hasta un extremo de la habitación y abrió un armario lleno de ropa de cama—. No me hace gracia que te burles de mí.


La facilidad y la forma con que Paula desestimaba lo sucedido entre ellos un año antes irritó a Pedro. Estaba de acuerdo en que su boda fue un error impulsivo. Todos sus hermanos se estaban casando y él había llegado a creer que lo que sentía por Paula se parecía a lo que sus hermanos describían como «Encontrar a su media naranja». Tal vez, se equivocó en eso. Era posible que Eloisa hubiera bebido más de la cuenta, pero fue muy clara respecto a cuánto lo deseaba, a cuánto lo necesitaba. La necesidad y el deseo no eran amor… Pero era evidente que sintieron algo él uno por el otro, algo fuerte e innegable.


—Yo nunca me burlaría de tí —dijo, frustrado—. Preferiría hacer cosas mucho más interesantes contigo esta noche. Volvamos a la parte del sexo.


Paula rió.


—En ningún momento hemos hablado de sexo. 

martes, 1 de julio de 2025

Chantaje: Capítulo 12

 —No iras a decirme ahora que en realidad habrías querido que siguiéramos juntos, ¿No? —dijo Paula, conmocionada—. Todas las mujeres de la obra estaban al tanto de que eras un playboy.


—Pero ahora soy un hombre casado —Pedro aún conservaba sus anillos en una cajita que tenía en el hotel, aunque no estaba seguro de por qué los había llevado consigo.


Paula movió la cabeza lentamente y suspiró.


—Estoy demasiado cansada, Pedro. Vuelve a tu hotel. Hablaremos mañana, después de una buena noche de sueño.


—¿En serio? No me fío de tí.


—¿Disculpa? —dijo Paula, indignada.


Pero algo oscureció de inmediato su mirada. ¿Culpabilidad, tal vez?


—No me hablaste de tu padre, una parte importante de tu pasado. Puede que hicieras un buen trabajo ocultando la verdad a lo largo de los años, pero mi abogado y un detective privado también hicieron un buen trabajo desentrañándola.


—No tenías derecho a hacer que un detective investigara mis asuntos privados.


—Soy tu marido. Creo que eso me da algún derecho. ¿Y si hubiera querido casarme otra vez creyendo que estábamos divorciados?


—¿Estás viendo a alguna otra? —preguntó Paula en su tono más remilgado de bibliotecaria.


—No, no estoy viendo a ninguna otra. Pero la cuestión es que, efectivamente, no me fío de tí. Huiste una vez y no pienso volver a perderte de vista hasta que esto quede resuelto.


—Tengo que ocuparme de la boda de mi hermana. No pienso ir a ningún sitio.


—Hay muchas formas de mantener a una persona alejada de tu vida —Pedro había visto el creciente abismo que se había creado entre su hermano Federico y la esposa de éste mientras vivían en la misma ciudad.


—No puedes pretender quedarte aquí, en mi casa.


Pedro habría preferido que se quedaran en su suite, donde podría haber seducido a Paula con todas las ofertas del centro, pero le bastaba con dormir bajo el mismo techo. Tomó las llaves que había dejado ella y las sostuvo para mirar de nuevo el recuerdo de Madrid.


—Ambos tenemos muchos asuntos que resolver en dos semanas. Deberíamos aprovechar cada minuto.


Paula se quedó mirando las llaves tanto rato que Pedro llegó a pensar que estaba hipnotizada. Finalmente, se llevó la mano a la frente.


—De acuerdo. Estoy demasiado cansada como para discutir. Puedes quedarte, pero… —alzó un dedo admonitorio—… dormirás en el sofá. 


Pedro no pudo resistir burlarse de ella para comprobar si su sonrisa seguía siendo tan radiante como la recordaba.


—¿No habrá besitos de bienvenida?


Paula frunció el ceño.


—No tientes tu suerte.


—Lo último que se pierde es la esperanza —Pedro encendió una lámpara y se fijó en un pisapapeles de cristal que contenía en su interior una caracola y una rosa seca. Lo tomó, lo lanzó al aire, volvió a tomarlo…


—¿Te importaría dejar eso?—espetó Paula, irritada.


Pedro miró el pisapapeles que sostenía en la mano. ¿Sería un recuerdo sentimental? ¿El regalo de algún hombre? No le gustó la punzada de celos que sintió al pensar en aquella posibilidad, pero, a fin de cuentas, Paula seguía siendo su esposa… Al menos de momento.


—¿Debería preocuparme que pudiera aparecer de pronto un novio tuyo dispuesto a darme una patada en el trasero?


—Prefiero que hablemos de tí. ¿A qué te has dedicado durante el año pasado pensando que eras soltero?


—¿Celosa? —Pedro lo estaba porque Paula no había respondido a su pregunta.


Pero sí hubiera habido otro hombre, sin duda habría estado con ella en la fiesta.


Paula le quitó el pisapapeles de las manos.


—Estoy cansada, no celosa.


Pedro se preguntó si quería que estuviera celosa. No. Lo que quería era sinceridad, de manera que se dispuso a ser sincero.


—He pasado los doce últimos meses tratando de descubrir quién era realmente mi esposa.


Paula lo miró con evidente confusión.


—Tal y como has dicho eso, casi podría creerte. Pero sé que no es así, por supuesto.


—Pensé que habías dicho que apenas nos conocemos. Sólo pasamos un mes juntos. Y pasamos casi todo el tiempo en la cama —Pedro se sentó en el sofá y extendió un brazo por el respaldo—. Hablemos ahora.


—Tú primero —Paula se sentó en el borde de una silla junto al sofá.


—Ya sabes mucho de mí. Mi familia aparece en las noticias y lo que no se ve ahí está en Wikipedia.


—Toda esa información no revela nada fiable sobre quién eres —mientras hablaba. Paula fue llevando la cuenta con los dedos—. Recuerdo que siempre eras puntual llegando al trabajo. Nunca utilizabas el móvil mientras hablabas con el capataz de la obra. Me gustaba que prestaras a la gente toda tu atención. Recuerdo que ocultabas tan bien tu conexión con los Alfonso que tardé tres semanas en enterarme que eras parte de la familia —Paula suspiró y dejó de contar—. Pero todo eso no es motivo suficiente para casarse. Deberíamos saber algo más el uno del otro que nuestros hábitos de trabajo. 


—Sé que te gusta el café con dos cucharadas de azúcar —bromeó Pedro con una semi sonrisa.


Aquél no parecía el momento adecuado para mencionar que sabía que el corazón de Paula latía más rápido cuando soplaba con delicadeza en la curva de su cuello. La parte sobre el sexo tendría que esperar.


Chantaje: Capítulo 11

 —Según mi abogado, eso es lo que tardará el asunto en ponerse a rodar —Pedro había pedido consejo a Federico en esta ocasión, como debería haber hecho un año atrás—. No puedes culparme por temer que vuelvas a desaparecer.


Pero lo cierto era que la mañana después de su improvisada boda ambos estuvieron de acuerdo en que había sido un error. En realidad Pedro lo asumió después de que Paula le diera una bofetada. Luego, ella tomó sus ropas y se alejó hacía la puerta. Él esperaba poder hablar con ella tranquilamente del asunto después de que se calmara. Pero, tras irse de su casa en España, Paula ignoró cualquier intento de comunicación de Pedro y se limitó a enviarle los papeles necesarios. Él tomó las llaves que ella aún sostenía en la mano. El recuerdo turístico que usaba de llavero llamó su atención de inmediato. Tras mirarlo atentamente comprobó que se trataba de una reproducción en metal de la casa que había estado restaurando el verano en Madrid cuando se conocieron. Interesante. Y alentador.


—Bonito llavero.


—Lo conservo para recordar los riesgos de la impulsividad —dijo Paula a la vez que recuperaba las llaves.


—¿Riesgos? —Pedro tuvo que hacer un esfuerzo para contener su enfado. A fin de cuentas fue ella la que se marchó, no él—. A mí me pareció que te fuiste con gran facilidad. De no ser por los problemas de papeleo que han surgido, habrías salido totalmente ilesa de la experiencia.


Paula se puso pálida al escuchar aquello.


—¿Ilesa? ¿De verdad crees que lo sucedido no me afectó? No tienes idea de cuánto he pensado en lo que hicimos, en el error que cometimos.


Pedro no pudo evitar sentirse confundido. Fue ella la que se fue, la que nunca llamó. ¿Por qué se había estado escondiendo si su brevísimo matrimonio le había afectado tanto?


—¿Qué te parece si nos esforzamos por dejar atrás de una vez este asunto? Durante las dos próximas semanas puedes considerarme simplemente tu compañero de piso.


Paula se quedó boquiabierta.


—¿De verdad esperas alojarte en mi casa?


—Claro que no —Pedro se fijó de nuevo en el colgante del llavero, un indicio de que Paula se había visto afectada por lo sucedido más de lo que quería admitir. Dejó que se relajara un momento antes de contestar—: Podría llamar al conductor para que nos lleve a mi suite junto a la playa.


—No sé cómo puedes tener tanto descaro —dijo Paula mientras metía la llave en la cerradura.


—Eso ha dolido. Prefiero pensar que estoy siendo considerado con las necesidades de mi esposa. 


—Me muero por saber cómo has llegado a esa conclusión —Paula abrió la puerta y pasó al interior.


Pedro asumió que el hecho de que no dijera nada era una invitación a pasar. Victorioso, miró a su alrededor al entrar. Cuanto más conociera a Paula, más oportunidades tendría con ella. No pensaba quedarse por segunda vez en plena oscuridad. La casa era espaciosa, de techos altos, suelo de madera, paredes blancas y un mobiliario esencialmente cómodo y practico. Y, por supuesto, había libros por todas partes. Recordó que, en España, ella siempre llevaba un libro en su bolso, y que solía dedicarse a leer durante los descansos. Se quitó la chaqueta y la colgó en un perchero que había en la entrada.


—Bonita casa.


—Estoy segura de que no tiene el nivel de lujo al que estás acostumbrado, pero a mi me gusta.


—Es encantadora y lo sabes. No trates de retratarme como el «Tipo malo» sólo para que te resulte más fácil librarle de mí.


Paula lo miró un momento mientras dejaba las llaves en el aparador.


—Me parece justo.


Pedro solía pasar bastantes temporadas durmiendo en tiendas de campaña y caravanas durante los comienzos de sus proyectos de restauración, pero no pensaba dedicarse a dar excusas.


—¿Te gustaría contar con más lujos en tu vida?—preguntó mientras se fijaba en una foto en la que aparecían Delfina y su prometido—. Antes has dicho que estás muy ocupada con los planes de la boda. Si nos alojamos en mi suite no tendrás que cocinar ni limpiar y podrás disfrutar del balneario. No hay nada mejor que un buen masaje para librarse del estrés. Tu hermana, tú y las damas de honor podrían disponer del salón el día de la boda. Sería mi regalo a la novia, por supuesto.


Paula se quitó los zapatos de tacón y los dejó junto a la puerta que daba al jardín de la casa.


—No puedes comprarme más de lo que podría hacerlo mi padre.


Pedro también se quitó los zapatos y los dejó junto al perchero.


—Me educaron para creer que lo importante no es lo que cueste el regalo, sino lo que significa y lo necesario que sea.


—Eso está muy bien —Paula apoyó la cadera contra un taburete.


—En ese caso, haz el equipaje y ven a mi suite.


—No pienso irme.


—En ese caso, supongo que tendré que dormir en tu sofá. 

Chantaje: Capítulo 10

 —¿Por qué no? —Pedro se inclinó hacia Paula hasta que sus mejillas casi se tocaron—. A fin de cuentas, ya hemos dormido juntos.


Aunque lo que menos hicieron fue dormir.


—Aquella noche fue un error que no pienso repetir, así que vuelve a tu lado del coche.


—De acuerdo —dijo Pedro a la vez que se apartaba lentamente—. Serás tú quien decida si tenemos o no relaciones sexuales.


—Gracias —Paula enlazó los dedos sobre su regazo para evitar agarrar a Pedro por la solapa para volver a atraerlo hacia sí. 


¿Por qué no había comido más pastas?


—Sólo concédeme dos semanas.


—¿Para qué diablos quieres dos semanas? —espetó Paula, sorprendiéndose a sí misma tanto como al parecer había sorprendido a Pedro—. No puedo ocuparme de tí ahora mismo. Mi hermana necesita mi ayuda para planificar su boda.


—¿No hay empresas que se ocupan de esas cosas? Podría contratar una.


—No todo el mundo tiene fondos ilimitados.


—¿Tu padre no te envía dinero?


—Eso no es asunto tuyo. Además, no habría sido de Delfina.


—Puede que no, pero estoy seguro de que sí tuvieras guardado el rescate de un rey lo habrías compartido con tu querida hermana. ¿Me equivoco?


Paula permaneció en silencio, aunque Pedro tenía razón. Si ella hubiera tenido dinero habría extendido un generoso cheque para cubrir los gastos de la boda de su hermana. Pero no quería el dinero de Enrique Medina. Su madre insistió en que tampoco lo quería, y sin embargo acabó casándose con otro hombre buscando aparentemente la seguridad financiera.


—No soy una menor. Soy una mujer independiente —dijo Paula con firmeza—. He buscado mi propio camino en el mundo. Mi padre ya no forma parte de mi vida, y además no estoy en venta.


Paula no tenía intención de depender nunca de un hombre. Incluso meses después de lo sucedido, aún le asustaba pensar lo cerca que había estado de repetir el pasado de su madre… Sola, sin nadie que la amara. Y embarazada.


Pedro dijo al conductor que esperara y luego siguió a Paula, que avanzaba hacia su casa. Aquella noche no esperaba llegar más allá de las palabras. Necesitaba tomarse las cosas con calma con ella, no como sucedió en España. El problema era que sólo podía tomarse aquellas dos semanas libres. Luego tenía que volver a trabajar en su siguiente proyecto de restauración. Trabajar en diseños arquitectónicos alrededor del mundo alimentaba su espíritu aventurero. Su siguiente destino era Perú. ¿Y si no había concluido sus asuntos con Paula para entonces? ¿Podría irse así como así? Se negaba a considerar la posibilidad de un fracaso. Volverían a acostarse. Y exorcizarían el lío del año anterior. La siguió por la acera con las manos en los bolsillos. El mar sonaba en la distancia. Vivía en una casa unifamiliar, la cuarta de una hilera de casas similares pero de distintos colores. La suya era amarilla. Se detuvo ante la puerta y miró por encima del hombro:


—Gracias por acompañarme hasta la puerta, pero ya puedes irte.


—No tan rápido, mi querida esposa.


Paula sacó las llaves de su bolso, pero Pedro no hizo intención de tomarlas. Quería que ella lo invitara a pasar voluntariamente… Lo que no excluía la persuasión. Ella se volvió hacia él con un suspiro.


—Has logrado pasar un año entero sin hablarme. Estoy segura de que te las arreglarás perfectamente sin mí una noche más.


—El hecho de que no me pusiera en contacto contigo antes no significa que hubiera dejado de pensar en tí —aquello era totalmente cierto—. Dejamos muchas cosas sin decir. ¿Tan mal te parece que quiera emplear estas dos semanas para airear las cosas entre nosotros antes de que nos despidamos?


Paula contempló el llavero que sostenía en la mano, un conglomerado de silbatos y un recuerdo turístico.


—¿Por qué un par de semanas?


Pedro pensó que no habría sido muy persuasivo argumentar que ése era todo el tiempo del que disponía para encajarla en su agenda de trabajo. El matrimonio de su hermano Federico se desmoronó debido al exceso de horas que dedicaba a su bufete. 

Chantaje: Capítulo 9

 —Olvídale de Pedro Alfonso y de que ha venido. He hablado en serio cuando he dicho que las próximas dos semanas son para tí. Llevas planeando esta boda desde pequeña. ¿Recuerdas cómo solíamos practicar en el jardín?


—Siempre fuiste la mejor dama de honor —Delfina apoyó una mano en el brazo de Paula—. Pero yo no siempre fui una novia agradable.


—Eras tres años más pequeña. Te frustrabas. ¿Recuerdas la ocasión en que cortamos todas las rosas del rosal? Tú te llevaste la regañina.


Delfina puso los ojos en blanco. 


—Lo cierto es que siempre se me dio mejor llorar que a tí. Tú siempre fuiste la estoica de la familia.


—No soy del tipo llorón —dijo Paula. 


Al menos en público.


—Las lágrimas valen su peso en oro. Puede que yo sea la más joven, pero deberías aceptar mi consejo en este terreno —Delfina fijó la mirada sucesivamente en su padre, su prometido y Pedro—. En lo referente a los hombres, debes utilizar todas las armas que tengas.


—Gracias por el consejo —dijo Paula, aunque no se veía siguiéndolo ni en un millón de años—. Y ahora, podemos volver a centrarnos en tu boda. Tenemos mucho que hacer las próximas dos semanas.


Paula trató de no manifestar sus reservas por el hecho de que Delfina fuera a casarse con un tipo de contactos dudosos. Su hermana pequeña había ignorado todas sus advertencias e incluso había amenazado con fugarse con su amante si ella no se guardaba sus opiniones al respecto. Delfina tomó una flor del centro de la mesa, y aspiró su aroma.


—¿Y qué me cuentas de Pedro Alfonso?


Eloisa se encogió de hombros.


—Al parecer, es mi cita para esta noche. Tan sencillo como eso.


—Supongo que no necesitarás que te lleven a casa —bromeó Delfina.


—Tengo el coche aquí.


—Puede llevártelo a casa uno de los hermanos de Luca —Delfina se volvió hacia los hombres—. Hey, Alfonso. Mi hermana está lista para irse. ¿Por qué no haces que tu chófer acerque hasta aquí ese elegante Rolls Royce? Paula lleva nodo el día de pie.


Pedro miró a Paula y entrecerró los ojos. Ella ya había visto aquella mirada depredadora otra vez… Justo antes de quitarse el vestido y meterse en la cama con él. Por hacer algo, tomó una pasta de la mesa y se la comió, tratando de decirse que bastaría para aplacar la sensación de otra clase de hambre que sin duda la acuciaría durante la noche.



Paula se movió incómoda en el asiento de la limusina. Volver a subir al coche de Pedro le había parecido más fácil que ponerse a discutir ante los reporteros. Pero, una vez a solas con él, empezó a dudar de su decisión. Buscando algo de que hablar que no fuera sobre ellos, tocó distraídamente la pequeña impresora y el portátil que había en una mesita a su lado en la limusina. Al hacerlo sus dedos toparon con una hoja impresa. La miró más de cerca antes de poder contenerse. Parecía un pequeño plano…  Pedro sacó la hoja de la impresora y la guardó en una carpeta.


—¿Por qué huías de los periodistas durante la fiesta?


—Prefiero la discreción. No todo el mundo quiere salir en primera plana — replicó Paula en un tono no exento de ironía.


—¿Evitas a la prensa por tu padre? No puedes esperar estar bajo el radar para siempre.


¿Sería consciente Pedro de lo íntimamente que se estaban rozando sus muslos en la penumbra del coche? Paula apartó la mano de la impresora y se separó un poco de él.


—Mi madre y yo lo hemos logrado a lo largo de los años. ¿Tienes intención de cambiar eso?


Paula contuvo inconscientemente el aliento tras hacer la pregunta que no había dejado de rondar su cabeza desde la inesperada reaparición de Pedro. Era posible que su madre lo hubiera logrado, pero ella metió la pata poco después del funeral.


—Respira —dijo Pedro, y esperó a comprobar que efectivamente lo hacía—. Claro que pienso mantener su secreto. Si alguien lo averigua, no será a través de mí.


Paula suspiró, aliviada, y se abanicó el rostro con la mano, relajándose por primera vez desde su reencuentro. Había solucionado el problema de uno de sus secretos, y no había motivos para creer que Pedro fuera a descubrir el otro.


—Podrías haberme ahorrado mucha ansiedad esta noche si me hubieras dicho eso desde el principio.


—¿Qué clase de hombre crees que soy?


Paula permaneció un momento en silencio.


—En realidad no sé bien hasta qué punto te conozco.


—Cuentas con las dos siguientes semanas para conocerme.


Paula se tensó en el asiento.


—¿Dos semanas? Creía que querías el divorcio.


—Y lo quiero —Pedro alzó una mano y acarició con los nudillos la mejilla de Paula—. Pero antes quiero disfrutar de la luna de miel que no llegamos a tener.


Paula se quedó boquiabierta.


—Sólo tratas de escandalizarme.


—¿Cómo sabes que no hablo en serio? —la mirada azul de Pedro ardió con un inconfundible… E irresistible deseo.


Paula apenas había sobrevivido a su primer encuentro con el corazón intacto y no pensaba meterse de nuevo en aquellas peligrosas aguas.


—No esperarás que me meta así como así en tu cama, ¿No?